Hoy me parece buen día para hablar del papel de nuestras mascotas, ya sean perros, gatos, hámsteres, pájaros o cualquier otro animal que nos reporte compañía y amor. Sin duda tenerlos es una suerte, llegan a ser un miembro más de la familia e incluso en ocasiones puede que se merezcan más el puesto que algún ser calificado por consanguinidad de familiar, pero que con sus actos y la temperatura de su corazón no hacen honor a tal asignación. Los animales jamás dañan, porque no existe maldad en su interior. Te comprenden a su manera, sin contemplar ni una sola vez la posibilidad de abandonarte. Y por encima de todo te protegen aunque eso implique no moverse de tu lado ni un solo segundo.
A los más pequeños les muestran la importancia de la responsabilidad, del cuidado y de la amistad pese a no disponer de la capacidad de hablar. A las personas enfermas las acompañan y las atienden como si entendieran a la perfección lo que están pasando, sin juzgar, tan solo queriendo. Parece que pudieran darse cuenta de la grandiosa medicina que son. A las personas mayores les ofrecen todo lo que tienen, dándoles respaldo y ganas de seguir aportando sabiduría a la sociedad, siendo el mejor antídoto para la soledad. Para ti, para él, para ella y para todos, son preciados tesoros que desprenden ternura y felicidad.
Que necesarias son las mascotas y cuantísimo nos sorprenden con bonitos y esenciales aprendizajes. No pierden ni una sola oportunidad para saludarnos y mostrarnos su cariño, aunque hayamos pasado escasos minutos fuera de casa. Carecen de rencor y pese a que les riñamos o corrijamos sus comportamientos, vuelven a nosotros como si nada hubiera pasado, porque están hechos de infinita bondad.
Y es que ellos, en mi caso mis dos perros, Dulas y Norton, me enseñaron a no forzar las cosas, a no buscar cariño donde nunca lo hubo o donde los resquicios se barrieron sin remordimientos, porque si sus dueños somos todo lo que tienen, ¿por qué nos empeñamos los humanos en conservar lazos que ya no tienen sentido?