Echando la vista atrás no recuerdo un día sin dolor. Este me acompaña en cada paso que doy, en cada decisión que tomo, en cada respiración, en cada momento. Jamás me abandona. Parece mi fiel amigo, pero en realidad es mi duro enemigo.
Me va mordiendo poquito a poquito, hasta que logra encogerme. Y ahí, cuando me ve retorcida, aprieta una vuelta y media más para hacerme más fuerte y valiente.
No contento con eso, se queda a vivir conmigo. Se convierte en mi sombra, en mi reflejo e incluso en mi carácter.
Se asoma en los peores momentos, en los mejores… ¿Qué coño digo?, nunca se va.
Me quieres, lo sé, pero nunca me acostumbré a vivir y compartir todo contigo.
Gracias por enseñarme tanto, no te extrañaré si te vas. Pero si lo hacer algún día, debes prometerme antes que no volverás.