Hace poco más de un año confinaban nuestra rutina, nuestro ocio y en definitiva nuestra vida.
Nadie pensó en cómo podía afectar esta situación en la infancia a nivel socioemocional. La fase de encierro, de no mantener una relación social con iguales y familiares desencadena una serie de estresores que afectan a nivel emocional y de conductual en adultos y en los más pequeños.
Un día de marzo cuando los niños llegaron del colegio se les dijo que no se podía salir a la calle, ni al parque, ni al cole, ni a realizar actividades extraescolares, estábamos confinados. Todo ello, nos llevó a enfrentarnos a un grado de desconocimiento e incertidumbre, a un virus que estaba matando a millones de personas y que desde los ojos de la infancia estaba provocando miedos.
Los niños y niñas comenzaron a adquirir un nuevo vocabulario que se vería integrado en su día a día durante el siguiente año (COVID-19, confinamiento, contagios, desinfección, mascarilla, distancia de seguridad, pandemia, estado de alarma, toque de queda, …).
Sin embargo, carecían de vocabulario emocional para expresar y gestionar las emociones que les provocaba esta situación, que incluso a los adultos se nos escapaba de las manos.
A pesar de todo, los niños demostraron una capacidad de resiliencia y adaptación a la situación, soportando el periodo de confinamiento, haciendo tareas escolares de forma telemática, viendo desde lejos cómo los parques estaban precintados y cumpliendo la normativa a rajatabla.
Meses después se apostó por una vuelta al colegio de forma presencial, pero con todas las medidas de seguridad puestas encima de la mesa y muchas inseguridades en familias y docentes. Los niños se pegaron a la mascarilla durante horas, ventanas abiertas en los fríos días de invierno que asegurase la ventilación, desinfección exhaustiva de manos, superficies y objetos personales y lo que es más triste, mantener la distancia de seguridad con sus compañeros. Todo esto, de la mano y guía de sus maestros, los cuales han tenido un papel óptimo y crucial en el desarrollo de este difícil curso.
Aún se desconocen las consecuencias socioemocionales que esta pandemia traerá a largo plazo en niños y adultos, sin embrago, en cuanto a infancia se refiere, debemos de felicitar a los niños y niñas por haber sido en ocasiones el ejemplo del cumplimiento de las normas, pero sobre todo, tenemos que atender sus necesidades emocionales, permitir que expresen emociones de rabia, frustración o miedo entre otras, buscando recursos de gestión emocional, validar sus emociones sin juzgarlas, manteniendo una escucha activa y respondiendo a las dudas que les provoca miedos. Y, sobre todo, seamos el espejo emocional de nuestros niños, regalémosles calma y optimismo en situaciones difíciles, porque juntos, somos más fuertes.
Preparémonos para la siguiente pandemia, que serán las consecuencias de este encierro, de esta ruptura de rutinas, de la escasa relación social y del cambio tan grande que ha dado nuestra vida.