¿Por qué será que cuando recordamos nuestros mejores veranos siempre nos viene a la cabeza el pueblo?
El mejor verano el del pueblo
Siempre recordamos con añoranza aquellos veranos de niños en el pueblo. Los juegos con primos que hacía un año que no veías. Las veladas nocturnas en la plaza con los amigos. Los paseos en bicicleta hasta el bar del pueblo de al lado para comprar un helado. Las tardes en la piscina o bañándose en el río. Levantarse y acostarse tarde. La ropa ligera y las partidas de cartas en los días de lluvia. Los amores de verano. Las fiestas, la verbena. Las despedidas.
Esos veranos en los que eras lo suficientemente autónomo para pasar el día haciendo lo que querías pero pequeño para no tener preocupaciones de gente adulta. Esos días en los que solo eran importantes los bocadillos de nocilla y ver el Gran Prix.
Un verano en el pueblo no necesitaba reloj ni despertador. Tampoco se utilizaba móvil y no nos entraba ansiedad por quedarnos sin wifi. Las mejores conversaciones no se hacían a través de una pantalla y la tele solo se veía después de comer.
Revivir aquellos maravillosos veranos
Quizá, estas sean las razones por la que siempre intentamos volver. Los buenos recuerdos de esos veranos en el pueblo hacen que cada vez que tenemos la oportunidad, salgamos de las ciudades. Buscamos esos lugares alejados de las prisas que nos hacen conectar con la naturaleza y volver a revivir aunque sea un mínimo atisbo de aquellos maravillosos veranos.