Elena Luna Rabanal forma parte de Wanawake, una entidad que apuesta por las mujeres y las niñas y por la consecución de la igualdad real entre hombres y mujeres. Elena Luna trabaja en la Junta de Castilla y León. La Junta cuenta con un programa de Cooperación internacional, que consisten en que sus trabajadores pueden ir a trabajar a los proyectos que ellos dan subvención. Esos proyectos reciben una subvención en cooperación.

¿Cómo terminaste en Kenia?

Me apunté al programa y en el mismo hay que pasar un proceso de selección. Si te aceptan, haces un curso, si pasas el curso ellos deciden a que destino vas, no eres tú la que decides. Ellos analizan tus competencias por así decirlo y dicen bueno, pues esta persona encaja en este proyecto. Y yo tuve la inmensa fortuna de que me mandaron a Kenia.

En Kenia fui a trabajar a un proyecto muy similar a lo que hace Wanawake, que fue con Mundo Cooperante.

Todas las niñas de la casa de acogida.
Las conoció su primer año y ahora van a la universidad.

¿Cómo pasaste a formar parte de Wanawake?

Mundo Cooperante es otra ONG prima-hermana de Wanawake. Pero, con las técnicas que en su día estaban en Mundo Cooperante y que luego formaron Wanawake, que yo trabajaba mano a mano porque todo el proyecto que tuve que presentar lo hice con ellas, pues ya entablamos como una amistad y yo veía que lo que ellas hacían a mí me gustaba y ya me impliqué con ellas a tope cuando ellas crearon Wanawake un año después. Seguí colaborando con ellas y ya van a hacer siete años que fui por primera vez, quitando los dos años de pandemia he ido todos los años a los proyectos de cooperación tanto de Kenia como de Tanzania.

¿Cuánto tiempo sueles estar allí?

La primera vez fui casi dos meses, cuando lo del proyecto de la Junta. Fue un poco locura por mi parte porque fui yo sola. Una de ellas vino a verme, pero cuando yo ya llevaba un mes y pico allí. Vas con las cosas un poco más idealizadas y luego me di cuenta de que no es que fuese la única extranjera, si no es que era la única blanca que estaba por allí danzando. La experiencia me encantó lo volvería a hacer pero fue muy intensa también.

Luego otra vez fui un mes, esta vez he ido 15 días, otra una semana… voy cuando puedo porque o es parte de mis vacaciones, o me he cogido permisos sin sueldo o aprovecho periodos. Tengo la suerte de trabajar en una residencia de estudiantes y cierran en Navidades y pues, por ejemplo ahora, por ese motivo me he ido todas las vacaciones de Navidad porque coincidió que me coincidía el viaje que el proyecto tenía organizado.

¿Qué labores desempeñas durante tus viajes?

He hecho un poco de todo desde trabajo administrativo puro y duro, democrático de ir a buscar las facturas, de hablar con los proveedores, de cotejar con la contraparte allí para justificar los proyectos aquí en España y, luego pues talleres para sensibilizar a las niñas y enseñarlas sus derechos. Estos talleres duran una semana entera y los llamamos “Rito alternativo”,  donde las niñas aprenden a  decir que no quieren ser mutiladas, se les da las herramientas, involucramos a toda la comunidad masái para que vean que lo que hacen aunque sea cultural se puede hacer de otra manera sin hacer daño a las niñas. Lo que llaman el pasar de ser niña a mujer, pues que no hace falta cortar a la niña.

¿Ósea, qué para ellas es algo totalmente normal?

Es que mira, yo siempre pongo un ejemplo muy básico, que evidentemente no es lo mismo. Pero aquí, en España, ¿a cuántas niñas conocemos que no las hayan hecho los agujeros al nacer en las orejas? Es algo cultural, nadie se lo plantea y es una barbaridad. Aunque estás haciendo solo un pequeño agujero, pero estás haciendo algo sin dejarle decidir a la niña solamente porque es algo cultural que lleva en nuestras vidas desde siempre. Tú no te lo planteas como que es una barbaridad, pero le estás haciendo algo a una niña solo porque es niña porque al niño no se le hace y nunca nadie le pregunta.

Pues, para ellos sucede lo mismo, es esa normalidad, algo que siempre ha estado en su cultura y no se plantean que es malo porque ellos no lo ven así. No lo hacen para hacer daño, en general, donde nosotras trabajamos. Luego, hay tribus que son más radicales y saben que lo que están haciendo es mutilar a la mujer para que no tenga nunca placer sexual y no se vaya con otros hombres, y sea “mía”, y todo eso. Pero en los masáis que es sobre todo con los que más trabajamos nosotros es más ese punto de vista cultural. Significa que la niña deja de ser niña y pasa a ser mujer a través de la mutilación, entonces ya la puedo casar y puedo recibir una dote por ella.

¿A qué edad les suele suceder a las niñas?

Lo intentan hacer con la primera regla. Pero, se está viendo, ya que hay niñas de 11 años que ya se escapan porque saben que las van a mutilar. Es algo muy fuerte y cuando hablas con las niñas y te cuentan su experiencia lo hacen con una madurez teniendo solo 11 años que es que te deja descolocada, porque te lo cuentan con una entereza y no con odio, sino que ellas lo que quieren es educarse y formarse para poder ir a su comunidad y explicarles que esto no lo tienen que hacer, pero nunca con odio. Ellas dicen: “ya verás, ya verás cuando sea mayor lo voy a conseguir y voy a ir y voy a lograr que esto se pare”.

¿Ellas luchan para qué esto cambie?

Sí, sí, claro. Y cada vez la gente más joven está más implicada porque de 20 años para abajo la población ya ha recibido mucha más educación y formación y saben que eso es malo. El problema es de 40 para arriba que claro, dile tú a un señor de 50 años que no es lo mismo aquí que en España, que allí no se puede casar con una niña de 14 años. Esto es algo que han hecho toda la vida porque pueden tener hasta tres mujeres. Claro, eso cuesta, cuesta mucho cambiarlo, pero con los jóvenes es más fácil porque tienen mucha más formación y acceso a información que antes no tenían. Saben que eso es malo y no quieren que sus mujeres pasen por eso porque les explican que claro que una mujer pierde todo tipo de placer, de ganas y al final, si tú les explicas que de otra manera los dos pueden disfrutar y que no hacen daño a una persona, pues, al final poco a poco el mensaje va cambiando.

Entonces, ¿crees qué de cara al futuro es algo que a corto plazo puede cambiar?

Lo bueno de Kenia es que esto, está prohibido por la ley. Lo que significa que si una niña denuncia que la van a cortar, a los padres les quitan la tutela y pasa a ser tutelada por la casa de acogida que ayuda a financiar Wanawake. Entonces claro, no es lo mismo el tener este respaldo, por eso yo no te digo que en dos años se vaya a acabar, pero sí que creo que en 10 va a dar un vuelco muy importante.

Clase de yoga que las dieron en Wanawake.

¿Las niñas acuden en busca de ayuda o salís vosotras a buscarlas?

Se hace de las dos maneras. Aparte de hacer el seminario de una semana con las niñas, tenemos gente local que va por los colegios como a invitarlas que pasen esa semana allí. Porque lo vendemos como un campamento, como una actividad extraescolar. Pero, luego también hacemos labores de ir por aldeas más perdidas a contar nosotras porque hay veces que las niñas no van a colegios y solemos llevar a gente que hable su idioma, pero vamos alguna de nosotras porque yendo una persona que ellas pueden considerar como “más extraña” captamos más su atención y a veces funciona.

¿Se atreven a dar el paso de ir de primeras?

A lo mejor en ese momento no vienen. Pero, me he encontrado con casos en los que la tía, la prima, la hermana al día siguiente han llevado a las niñas más pequeñas al sitio donde saben que estamos para que nos las llevemos a la casa de acogida. Porque saben que las van a casar o a mutilar… es muy duro encontrarte con esta situación porque dices ostras, estamos salvando a una niña, pero es que la estás arrancando de su familia, pero claro una niña educada y salvada lo que devuelve a la comunidad es algo impresionante, porque no es que vayas tú, es que va a ir ella ya con una formación y una educación van a a ver qué es una mujer hecha y derecha y que no pasa nada y que encima va a poder incluso, llevar más aportación a la comunidad.

Mira, yo de mi primer año que fue hace 7, claro, las que ya eran mayores, que tenían 17 años, ahora ya han terminado la universidad. Hay enfermeras, hay una periodista y aparte de que te llena de orgullo, esas niñas ya no san tan niñas. Tienen 25 años van a su comunidad y, ¿quién las dice que no son mujeres? Ellas ya tienen las armas, tienen trabajos, parejas, algunas se han casado, algunas han sido madres; pero por decisión propia, porque querían y porque estaban enamoradas. No porque las casan y las mutilan para recibir una dote. Entonces claro, eso va siendo un cambio y esas niñas se convierten en modelos a seguir por otras niñas.

¿Alguna de ellas acaban desempeñado la misma labor que hacéis vosotras?

Sí, de hecho, otro de los proyectos que hay a través de la ONG contratante allí es la reconciliación. Cuando estas niñas han terminado los estudios se va a hacer una ceremonia de reconciliación que funciona muchas veces y es muy impresionante y muy bonito. Porque es ver como ellas recuperan a su comunidad, vuelven a entablar relación con sus padres aunque haya estado años cortada de alguna manera y sí que se trabaja eso desde la ONG. Es que no se quiere romper con todo, se quiere educar para que vean que lo que se quiere es evolucionar.

Las niñas llevan camisetas del club en el que Elena corre en León.

¿Cómo surgió la idea de hacer la marcha que realizaste en Kenia?

La marcha es algo que forma parte de Wanawake. Wanawake tanto aquí como en Kenia todas las acciones que intenta hacer, las hace a través del deporte. Considera al deporte como una herramienta fundamental. Yo cuando fui y conocí a Mónica, ella también es deportista, hacía muchas cosas de deporte solidario y como sabe que yo aquí estoy en un grupo de correr y llevo corriendo muchos años, a nivel amateur, pues me lo propuso. Me dijo: “oye, ¿por qué no corremos la maratón por allí por Masái Mara? Como forma de reivindicar que ellas corren para escaparse y que, sin embargo, nosotras lo hacemos por deporte. Para mostrar como el choque de porque corren ellas y nosotras.” Y la dije que contase conmigo y por eso lo hicimos.

Aparte de que porque somos deportistas ha sido la manera que tenemos de llamar la atención de lo que está pasando. Yo corro porque me encanta, pero también lo hago con la finalidad de reflejar un poco lo que pasa.

¿Es la primera vez que haces voluntariado o ya lo habías hecho antes?

La primera vez que fui fue en el 2004 en los campamentos saharauis de Cooperación Internacional. Siempre he estado implicada en temas sociales, trabajé en un proyecto de inclusión social de una ONG, estudié trabajo social… A mí lo social me gusta y aunque ahora mi trabajo no es exactamente exclusivamente social, sí que intento darle el lado más social que puedo en las actividades que hacemos en la residencia de estudiantes, “Doña Sancha”, situada en la calle Corredera.

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