Las lágrimas nos parecen casuales, pero realmente son causadas por haber aguantado demasiado lo que nos pasó y a su vez nos sobrepasó.

Pensamos que brotan en los ojos, pero no es así. Salen de nuestro interior, del roce de nuestros corazones, que se pincha una y otra vez con esa rosa que aun siendo bonita, está repleta de espinas. Y duelen, duelen soportablemente dentro, hasta que nos encharcamos el alma y obligatoriamente nuestro tsunami se hace visible para los demás, a través de ese agua salada que toma contacto con el mundo en nuestros ojos.

¿Acaso no lloraste por esa persona? ¿Y por ese sueño truncado? Claro que lloraste. Pero también lo hiciste por esa decepción, por ese problema de salud, por tu familia y tus amigos, por nervios, por miedo y por miles de cosas más.

No pasa nada, esto no te hace una persona floja, no eres débil, ni tampoco un ser llorón. Eres de carne y hueso, no puedes con la mochila que cargas y es completamente normal. Permítete ese llanto que parece no cesar para recargar tu energía y para seguir siendo tú, porque te lo debes. Ya que eres lo que tienes cada mañana al despertar y cada noche cuando has logrado escribir una página adicional del libro de tu vida, por la lucha que dejas ver en cada partida y por desarrollar la capacidad de reformarte con los inciertos reveses que te imponga la vida. Por eso, te mereces tomar aire para seguir.

Pero llegará un día en el que no tengas más lágrimas que derramar y ahí, será cuando te des cuenta de que no debiste guardar bajo llave lo que te dañaba y no eras capaz de sanar. A partir de entonces, aunque quieras gritar al mundo lo que te sucede, sentirás que nadie es capaz de oírte, pues tu coraza impide el simple hecho de traspasar sentimientos, emociones y sensaciones, te hizo aparentar piedra, aunque en realidad no seas más que una elástica y endeble plastilina.

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