Ellos tienen todo lo que hemos perdido o hemos dejado escapar: la ilusión de cuando somos niños.
Ellos sí que saben ilusionarse con los momentos que les regala la vida y disfrutarlos como si no existiera nada más. Viven el presente y observan sin juzgar. Siempre con una palabra amable y una sonrisa en la cara. Preguntan y expresan lo que piensan sin miedo a sentirse juzgados. Sin miedo a equivocarse.