Observo que estamos perdiendo nuestras capacidades para conversar cuando tenemos a alguien enfrente. Parece como si nuestras artimañas para intercambiar opiniones, preocuparnos por la otra persona o incluso establecer un tema de conversación, se hubieran escondido en una trinchera.

Tendemos a culpabilizar a las nuevas tecnologías de nuestros malos actos y es que para nada son responsables, sino que hemos sido nosotros los que tomamos en un momento dado tal decisión. Hemos elegido voluntariamente y movidos por la era tecnológica, hablar por las plataformas de mensajería, perdiendo el hábito de llevarlo a cabo cara a cara.

A menudo, no conocemos a la persona que tenemos delante, pues la rutina de los mensajes no deja espacio a la expresión de su rostro, que dice mucho más de su personalidad que un puñado de palabras que se piensan una y otra vez antes de pulsar el botón de enviar.

Con esto no quiero decir que tengamos que volver atrás, haciendo uso de los telegramas, ni tampoco creo que sea necesario escribirnos por correo ordinario, pero sí que me parece útil regalar tiempo a nuestro entorno, a la gente que queremos. Tomarnos un café, dar un paseo, realizar un plan o cualquier actividad que nos sirva de “excusa” para disfrutar de ese ratito de calidad. Pues un mensaje no es suficiente para mostrar preocupación, atención o cariño, sino que disponemos de muchos más recursos para otorgar a los demás.

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