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Vivimos en la cultura de la inmediatez. El rápido avance de la tecnología en los últimos años ha propiciado que podamos conocer casi cualquier cosa al instante, a un solo golpe de clic. Aunque esa premura también hace que creamos estar informados tan solo leyendo o escuchando los titulares.

Las principales redes sociales que utilizamos la mayoría de los mortales están diseñadas para que pasemos horas dentro de ellas pero alimentándonos de datos inmediatos.

Las nuevas generaciones ya no aguantan ante el televisor la hora y media de una película o de un espectáculo deportivo. Buscan impactos breves y directos. El resto de generaciones, poco a poco, nos vamos adaptando a esta nueva conducta.

Así, ante un titular cualquiera de un medio de comunicación, poca gente se detiene a indagar, a ir un poco más allá y conocer el contenido de la noticia. Y mucho menos a seguir investigando por otras fuentes para ampliar conocimientos.

En este contexto, cuando nos dicen que hemos vuelto a ser, por trigésimo año consecutivo, número uno en donaciones de órganos, sale nuestro espíritu patriótico para hinchar nuestro pecho y hacernos sentir plenamente satisfechos de ser los primeros en algo tan solidario.

Y ese dato, del que verdaderamente debemos estar satisfechos, no debe quedarse ahí. Si indagamos un poco más, acabamos sabiendo que, a pesar de liderar honrosamente ese ranking, siguen falleciendo cada año algo menos de quinientas personas mientras esperan la llegada del órgano que precisan.

¿Y qué podemos hacer nosotros?

La medicina va avanzando. Gracias a sus estudios en los últimos años se ha podido proceder al trasplante de órganos con Covid, con hepatitis, de donantes mayores de 75 años; se ha podido establecer un sistema de donaciones cruzadas; se han mejorado los sistemas de asistolia para mantener más tiempo vivo al donante y así preservar sus órganos; se han incorporado nuevos hospitales al servicio de trasplantes,…

Todo eso contribuye a la reducción de las listas de espera. Pero aun así, no es suficiente. Ahí es donde podemos aportar nuestro granito de arena. Está en nuestras manos hablar con los que nos rodean para que tengan clara nuestra voluntad al respecto. Si queremos donar nuestros órganos el día que nos vayamos de esta vida, que lo sepan los que estarán acompañándonos en ese trance, a los que les preguntarán en ese duro momento.

Que contestar sea tan fácil como decir “Sí” y no les suponga un dilema a añadir al doloroso duelo que estarán afrontando.

Así que, tienes una conversación pendiente.

Hacerse donante solo cuesta una conversación con la familia

Xavi Franco
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