Las hermanas Salazar se encargaron de recordarnos durante el verano de 1996 aquello de “Solo se vive una vez”. La expresión, tan antigua como nuestra lengua, volvió a ir de boca en boca y veintiséis años después sigue siendo de uso muy frecuente.

Nos la encontramos en infinidad de momentos de la vida cotidiana. Más aún con la irrupción del coaching y la psicología positiva. Desde infinidad de focos recibimos esta soflama alentándonos a disfrutar de la vida en todos sus aspectos y en cualquier momento, no sea que acaso algo malo nos espere a la vuelta de la esquina y tengamos que parar.

Lo realmente cierto es que solo se muere una vez. Entonces, si lo tenemos claro, hasta que llegue ese momento no podemos entender la vida de otra forma que, disfrutando de una existencia plena, siempre de acuerdo con las posibilidades de cada uno.

Aunque “esa vez” acabará llegando.

Según el INE, en 2021 la esperanza de vida en España era de 83,06 años (85,83 años en mujeres y 80,24 en hombres). Lo que esperamos es que “esa vez” nos llegue lo más tarde posible, siempre que sea una vida con buena salud y llena de experiencias.

Y es que preferimos aquello de dar vida a los años sobre lo de dar años a la vida.

La muerte forma parte de la vida. Es inevitable por lo que deberíamos humanizarla, hablar de ello sin ningún tipo de tabú.

Pau Donés fue un todo un ejemplo en ello. Desde que conociera que tenía cerca su final habló sin tapujos de la muerte. Su frase “Vivir es urgente”, dio la vuelta al mundo dándonos una lección de vitalidad que mantuvo hasta el último momento.

Hablar de la muerte es necesario. Es una forma de expresar y compartir nuestras emociones con los demás. La normalización de este tipo de conversaciones reduce notablemente los estados depresivos que se manifiestan tras el fallecimiento de alguien cercano ya que, a pesar de que la muerte duele, la entendemos como parte de la vida.

Y ya que hablamos con nuestros allegados de ese fatídico momento, también lo podemos hacer con las cosas que queremos que hagan por nosotros cuando no estemos. Una de las que no debemos olvidarnos es qué hacer con nuestros órganos.

Cada uno tiene sus creencias y son respetables. Tan respetables como su voluntad.

Lo que está claro es que allá donde esté nuestro cuerpo tras la muerte, no precisaremos ninguno de nuestros órganos. Y aquí, siguen haciendo mucha falta. Un solo donante puede salvar la vida de hasta 8 personas. Donar los órganos es un acto voluntario, altruista y gratuito así que tenemos la oportunidad de salvar la vida de muchas personas, de convertirnos en Superhéroe.

Dice un proverbio indio que “Todo lo que no se da, se pierde”. Pues bien, donando uno de nuestros órganos le regalamos una segunda oportunidad de vida al que lo recibe. O sea que, allá donde una vida acaba, muchas otras pueden renacer.

Aunque también lo podemos ver desde otro punto de vista. Una persona desconocida nos está ofreciendo su cuerpo para que una parte de nosotros pueda seguir viviendo. Así, la donación de órganos es un bonito ejemplo de que haya vida después de la muerte.

Nosotros tenemos una vida. Nuestros órganos DOS.

Entonces deberemos cambiar la afirmación inicial por la reflexión

¿Solo se vive una vez?

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